Por Tomás De Aquino González Patiño. Es hoy casi una obligación narrar la Guarenas que viví, un tiempo ya ido, sobre todo aquellos que por su distancia en el tiempo, por los caminos de la memoria, van muy lejos. El objetivo es que las nuevas generaciones conozcan cómo eran las cosas en aquel ayer de las cuales algunos fuimos privilegiados protagonistas y hasta ilesos de algunos peligros.
Se apreciará el impresionante avance tenido por la humanidad en menos de los últimos cien años. En este caso por las características del escrito, aunque no es de mi gusto, hablo de algunas experiencias tenidas durante mi ya lejana niñez y quizás también durante los tempranos tiempos de mi juventud.
Para hablar de la Guarenas que viví, comenzaré mencionando que la casa donde nací estaba situada a pocos metros de la esquina del Espíritu Santo, cruce de las calles Páez y Vargas, donde hoy existe el edificio Alef. Digo que nací allí, porque literalmente fue así, los partos se realizaban en las casas de las parturientas con la asistencia de una comadrona o partera quien, en el pueblo, desempeñaba tal actividad. En mi caso, quien asistió a mi madre durante mi nacimiento, fue la señora Concepción Alvarado, popularmente conocida como “La Señora Concha”, mujer de dilatada experiencia en esa actividad y de alto contenido de sensibilidad humana quien, en el pueblo era muy apreciada.
Creo que empecé a saber de mí en los primeros años de la década de los cuarenta del siglo pasado. Mi mundo o más bien mi universo, era mi casa, sus límites eran los de ella. Por el Sur estaba la calle Páez, que era en aquel momento, parte de la carretera que unía a la poblaciones de Guatire y Barlovento, con las de Petare y Caracas. Por cierto, que por no estar pavimentada, dicha vía generaba mucho polvo al paso de los pocos vehículos que por allí transitaban. Ello obligaba a los dueños de negocios situados frente a esa calle, al riego frecuente con agua para evitarlo o al menos para mitigarlo. En esos momentos no existía la carretera Caucagua-Higuerote, creo que apenas se iniciaba su construcción.
Por el Norte el límite de mi casa y como dije, de mi mundo, era una finca, acequia en medio, que tenía muchas matas de cambur. Dicha acequia era una suerte de canal de agua corriente que era utilizada para el regadío de cultivos situados aguas abajo. Esta acequia bordeaba a todo el pueblo y dio el nombre “Bordecequia” a la barriada que se desarrolla a lo largo de la calle Soublette. Sus aguas, aunque cristalinas, estaban pobladas por los caracoles de la Bilharzia, albergue de ese terrible enemigo de la salud humana, razón por la cual no me permitían entrar en ella a pesar de mi inmenso deseo de hacerlo.
En algún momento de esa Guarenas que viví, recuerdo vagamente que habían en mi casa dos vacas que mis padres ordeñaban diariamente, lo que permitía a la familia, beber leche muy fresca.
Mi casa disfrutaba del servicio público de aguas blancas, pero no el de disposición de aguas servidas la cual se hacía superficialmente en el patio trasero, un poco al estilo “Campo de Riego”, pues en el pueblo no había red pública de cloacas. Para los desechos sólidos se hacía necesario el uso de un sanitario excavado en el suelo al cual se le había dotado de las comodidades mínimas.
Algún tiempo después nos mudamos a la casa situada cerca de la Plaza Bolívar. Allí vi por primera vez un WC. Aunque todavía no existía la red pública de cloacas, el drenaje de dicha pieza se hacía a un sumidero construido en su cercanía. Pasado un tiempo fue construida dicha red lo que constituyó un acontecimiento importante en la vida de Guarenas. A mí, aquello me pareció interesante, por lo que de su construcción, no perdí detalles. Una vez terminada esa red pública, poco a poco se le fueron incorporando las distintas casas del pueblo.
Azotaban a la comunidad varias enfermedades, algunas de ellas que aparecían en forma epidémica. Las más comunes eran las eruptivas Lechina, Viruela, Alastrim y Sarampión, pero también existían otras frecuentes como la papera etc. y en una oportunidad apareció la Fiebre Tifoidea, enfermedad considerada grave. La vacunación no era extensiva y casi obligatoria como lo es hoy. No recuerdo que me hayan vacunado contra los distintos padecimientos, con excepción de una que creo fue contra la Lechina.
En la Guarenas que viví, el servicio telefónico era considerado casi innecesario pues en el pueblo existían pocos teléfonos instalados. La unidad era una caja de cierto tamaño que la colocaban pegada a la pared de la que colgaba el audífono y en su frente estaba la bocina. Para hacer una llamada se accionaba una pequeña manilla que comunicaba con la central telefónica para pedir la conexión. El número del teléfono de mi casa era el 30, o sea que probablemente al momento en el pueblo habían sólo unas treinta unidades colocadas lo cual supongo, lo hacían por razones comerciales. Cuando se solicitaba una conexión, mediaba el saludo a la telefonista que en aquella oportunidad, era la señora Soledad Muñoz, persona ampliamente conocida en Guarenas.
Existían pocos automóviles y unos pocos camiones. Los vehículos en la parte frontal tenían disimulado con una tapa, un orificio por donde, en caso de emergencia se introduciría una manilla para realizar el arranque del motor.
No había neveras, lo que obligaba al pronto consumo de los alimentos perecederos.
En aquellos momentos de la Guarenas que viví, todavía estaban operativas las carretas tiradas por un caballo. Eran las últimas en su género que se resistían a ser desplazadas por los incipientes camiones. Viajar a Caracas era algo extraordinario que sólo se hacía en contadas oportunidades. En el trayecto habían varios negocios que ofrecían comida o algún refrigerio, siendo el más conocido el de Caucaguita, lugar de parada casi obligatoria para hacer el trayecto en dos tramos. Era usual que el pasajero mareara, por lo que el automóvil que lo transportaba hacía una o más paradas durante el recorrido para alivio del viajero. No sé qué autobuses cubrían la ruta hacia Caracas o Guatire pero todos, además del conductor, tenían otra persona, “El Colector,” que se encargaba de cobrar a los pasajeros, el monto del pasaje.
Posteriormente la línea que cubría la ruta, se llamaba El Amigo del Pueblo. Ésta, cuya sede estaba en Guatire, hacía tres o cuatro viajes diarios hacia Caracas y viceversa, los cuales se realizaban a horas fijas predeterminadas. Era usual oír la frase: “Me voy en el autobús de las ocho”. Todavía en los años iniciales de la década de los cincuenta el número de vehículos en circulación era poco. Por ejemplo, en un viaje Guarenas-Petare o viceversa, la cantidad de carros que se encontraba en sentido contrario era sólo de unas treinta a cuarenta unidades.
Las escuelas no eran mixtas, la de varones era Escuela Ambrosio Plaza y la de las niñas la Escuela Carabobo. Por cierto, esta última dio nombre a la calle en bajada a donde dicha escuela daba frente.
Las mujeres no usaban pantalones y debían cubrirse la cabeza para entrar al templo. El sacerdote oficiaba la Santa Misa de espaldas a los fieles. Solamente había Misas en las mañanas. Durante la Semana Santa las emisoras de radio permanecían en silencio, no recuerdo si desde el martes en adelante.
Los niños hasta la edad de adolescentes vestían con pantalones cortos. Luego, al superar la etapa de la infancia, se los alargaban.
La alpargata era el calzado del diario, algunas de ellas eran las llamadas de goma, es decir, las que tenían la planta hecha con goma extraída de neumáticos viejos. Sólo se usaba zapatos en ocasiones especiales.
En fin, la vida en el pueblo se desarrollaba tranquilamente, no había mayores alteraciones. Existía un ambiente bucólico, la población estaba rodeada por sembradíos donde predominaba el cultivo de la caña de azúcar. El pueblo estaba integrado por pocas familias pero que en conjunto formaban una compacta unidad urbana. Quizás la falta de una fluida comunicación con las urbes vecinas, le establecía cierta autonomía.
Como dato curioso, sin que esto tenga que ver con lo anterior, menciono que tuve una tía, mi tía Luisa, que vivió en tres siglos y en dos milenios. Nació en 1897, vivió todo el siglo veinte y murió en el año 2003. Toda una experiencia de la cual creo no existen muchos ejemplos. En cuanto al milenio, vivió en el de los miles y murió en el actual.
Esa fue la Guarenas que viví. El deseo de todos es que se continúe con el avance en todos los sentidos del saber y que éstos sean para el beneficio del ser humano. Que la situación actual en donde gozamos de tantos adelantos, sea el comienzo de otra etapa donde los niños de hoy y cuando ella culmine, ancianos del mañana, vean avances sorprendentes como hemos visto nosotros los niños de ayer, al culminar la etapa que ahora concluye.
El reto continúa, la humanidad ha sido testigo de adelantos espectaculares los cuales servirán de plataforma inicial para establecer nuevos progresos que, a partir de un escalón más elevado, tendrán que ofrecer resultados aún más grandiosos. Todavía hay muchas cosas por resolver en el campo de la medicina y en otros aspectos de la ciencia. Se espera que todos los protagonistas de este nuevo ciclo que se inicia, busquen la ayuda de Dios, sin la cual nada es posible.
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Fundador y editor de Campanario Urbano. Docente y director jubilado. Investigador de la historia de Guarenas. Fue cronista de prensa regional y apasionado coleccionista de fotografías y documentos antiguos.