Leyendas de Guarenas

Hay ecos que no son del viento, donde el pasado habla bajito. En algunos rincones del pueblo, la historia no grita, sino murmura las leyendas de Guarenas.

Quizás todo pueblo esconde algo que sus leyendas apenas logran disimular. No siempre son cuentos de camino, a veces son huellas que persisten entre susurros. Y así nos adentramos en una frontera difusa: ¿es solo tradición oral? ¿O son vestigios de verdades que algunos quisieron olvidar?

Hay momentos en que lo legendario se resquebraja y, entre las grietas, asoma la posibilidad de que aquello que creímos fábula haya sido, en otro tiempo, verdad. Así, sin certeza, pero con memoria viva, depositamos estas narraciones en el baúl invisible del imaginario colectivo, ese lugar donde lo increíble reposa hasta que alguien se atreve a recordarlo.

Y como si respondiera a ese llamado, en Guacarapa brota —cuando quiere— un manantial, un esquivo arcano que emerge sin aviso, envuelto en una frescura encantada que no se puede explicar, seduciendo al incauto que lo busca. Brilla con un fulgor que parece susurrar antiguas promesas: beber de su agua es cruzar un umbral, porque esa agua bendice, pero también maldice.

Imagen referencial IA de Guaracapa en la década de 1960.
Imagen referencial IA de Guaracapa en la década de 1960.
Imagen referencial IA del manantial de Guacarapa en Guarenas.
Imagen referencial IA del manantial de Guacarapa en Guarenas.

Pero si decides dejar Guacarapa, hazlo con la primera luz del día. Si lo haces de noche, no tomes el camino que sube al Pueblo Arriba por la torre de la calle 5 de Julio, ni te aventures por la Punta Abajo, allá en la calle Falcón. Porque en esas sombras espesas de la noche, donde el aire parece más quieto, agazapado acecha el león de Guarenas. No es fiera común: huele la sangre nueva, pudiendo presentir a los recién nacidos antes de su primer llanto. En las puertas de aquellas casas donde habite una mujer embarazada, dejará sendos arañazos como advertencia.

Imagen referencial de la leyenda del león de Guarenas en la Torre de la calle 5 de Julio en el Pueblo Arriba de Guarenas.
Imagen referencial de la leyenda del león de Guarenas en la Torre de la calle 5 de Julio en el Pueblo Arriba de Guarenas.
Imagen referencial de la leyenda del león de Guarenas.
Imagen referencial de la leyenda del león de Guarenas.

Ni el más noble de nuestros héroes quedó al margen de los susurros del pueblo. Se cuenta que Ambrosio Plaza, valeroso hijo de Venezuela, antorcha en los días más oscuros de la opresión, descansa ahora bajo el corazón de una plaza en Guarenas. Los antiguos moradores, en gesto silencioso de resistencia simbólica, arrancaron su busto de bronce y lo sepultaron bajo la tierra misma que un día pretendieron bautizar con su nombre. Desde entonces, Ambrosio Plaza permanece allí, una estatua sepultada, un enigma entre la memoria y el olvido.

Imagen referencial IA del entierro del busto de Ambrosio Plaza en el Cerro de Piedras, hoy Plaza Régulo Fránquiz.
Imagen referencial IA del entierro del busto de Ambrosio Plaza en el Cerro de Piedras, hoy Plaza Régulo Fránquiz.

Y si de entierros hablamos, Guarenas no solo guarda cuerpos, también guarda deseos. En su suelo fecundo, no yace el oro en vetas naturales, sino en morocotas dormidas dentro de tinajas de arcilla, sepultadas lejos del tiempo, cubiertas por el olvido. Dicen que aún reposan bajo los patios de las casonas antiguas, esperando —no sin recelo— al osado que, sediento de fortuna, se atreva a profanar su escondite ancestral.

Imagen referencial IA de un entierro de morocotas en una casona de Guarenas.
Imagen referencial IA de un entierro de morocotas en una casona de Guarenas.

En este mismo suelo fértil donde crecía la caña dulce, germina también una promesa que no tiene reposo. Desde hace más de un siglo ella baila: María Ignacia, alma firme y agradecida que ofrece cada paso como tributo a San Pedro Apóstol, quien escuchó su súplica y sanó a su hija. Desafiando todo mandato impuesto, quebró con dulzura las normas que la apartaban y, cada 29 de junio, entró al cortejo de los hombres, con su vestido floreado y su fe como estandarte. Porque en Guarenas hay promesas que no mueren, sino que se bailan eternamente.

Imagen referencial IA de María Ignacia pagando promesa ante la imagen de San Pedro Apóstol.
Imagen referencial IA de María Ignacia pagando promesa ante la imagen de San Pedro Apóstol.

En la fe viva del guarenero, en su amor profundo por su tierra, se erigió con manos firmes y alma compartida la Iglesia de la Candelaria. Su interior alberga un tesoro de devoción y arte: un retablo esculpido en cedro amargo, dorado con delicadeza y esplendor, decorado con pilastras, amorcillos y orlas que respiran siglos de fervor. La tradición oral murmura que esta joya proviene de la Capilla del Rosario de la Iglesia Conventual de San Jacinto en Caracas, demolida en 1874. Así, entre el rumor y el eco de la fe, el retablo se convierte en leyenda viva, una obra de linaje incierto pero con raíces que se aferran al alma del pueblo.

Retablo de la Iglesia la Candelaria de Guarenas.
Retablo de la Iglesia la Candelaria de Guarenas.

Y cuando la tarde comienza a rendirse ante la noche, mantén la mirada en lo alto: si un zamuro se posa en el tejado de tu casa, no lo tomes por un ave más. Dicen que es una bruja fisgona, encarnada en plumas oscuras, husmeando secretos ajenos desde las alturas. Solo las abuelas del hogar, herederas de saberes antiguos, conocen los rezos y gestos necesarios para ahuyentarla sin pronunciar su nombre.

Y cuando la noche esté sobre Guarenas y el silencio se adueñe de sus calles, es prudente permanecer en casa y no olvidar encender una vela, una llama humilde, dedicada a las ánimas benditas del purgatorio, para honrar lo que no descansa. Si lo olvidas, no te dejarán dormir, vendrán una por una, a recordarte que toda promesa no cumplida tiene quien la reclame.

No te aventures a la medianoche sin la bendición del plenilunio, porque en la penumbra el camino se puebla de presencias. Podrías cruzarte con el ánima sola, o con el que vaga sin cabeza, errando su destino. Y si la noche se vuelve más honda aún, podrías escuchar el lamento de la Llorona, eternamente buscando a su hijo. En esa oscuridad sin testigos, no hay escapatoria: las atormentadas almas en pena encuentran a quien no las busca.

Si la noche te sorprende en el Pueblo Arriba, no tardes en buscar resguardo, porque cuando el reloj marque la medianoche, descenderá desde el Calvario una carreta repleta de cuerpos que ya no preguntan ni responden, arrastrando cadenas a lo largo de la calle Bolívar. Nadie sabe quién la guía, pero todos coinciden en lo mismo: quien la conduce no tiene rostro.

Imagen referencial de mitos de ultratumba en Guarenas.
Imagen referencial de mitos de ultratumba en Guarenas.

Así, en Guarenas, sobreviven relatos que cruzan los tiempos, narrados de abuelos a nietos, hilados entre consejos, advertencias y risas. Algunas de estas historias enseñan, otras entretienen. Todas, de algún modo, llevan dentro una semilla de sentido. A veces, lo que transmiten va más allá de la moraleja, siendo espejo de quiénes fuimos y vestigio de lo que amamos conservar. Son un canto a nuestra identidad cultural y al fervor con que custodiamos nuestras raíces.

El mito nace para explicar lo incomprensible, bordando en lo divino el origen de las cosas. La leyenda, en cambio, guarda en la memoria colectiva lo que no queremos olvidar. Por su parte, el cuento popular, entre juegos, símbolos y moralejas, nos enseña, nos acompaña, pasando de boca en boca mientras aprendemos.

Siempre flota una intriga en las aguas de la historia: la sospecha de que, tras los relatos populares, se ocultan hechos reales. Esa duda, persistente como el eco de una voz antigua, nos invita a reflexionar sobre lo que una comunidad decide recordar o elige olvidar. Lo que hoy llamamos leyenda, quizás alguna vez fue una verdad.

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