El 14 de febrero de 1621 se funda el pueblo de indios de Nuestra Señora de Copacaguan de Guarenas, en respuesta a lo dispuesto por el Rey de España Felipe III en cuanto a la evangelización y alfabetización de la etnia Caribe y sus grupos indígenas descendientes que habitaban el centro, norte y este de Venezuela: Yukpa, Arbacos, Paracotos, Teques, Taramaynas, Meregotos, Tamanacos, Caracas, Mariches, Charagotos, Quiriquires, Arnacateques, Guayqueríes, Mereyotes, Guarenasija, Garabatos, Esmeregotos, Boquiracoto, Kariña, Chaima y Cumanagotos. En este suelo se originaría una festividad popular y religiosa gracias a María Ignacia, la esclava promesera.
El Corregimiento de Guarenas tenía extensas tierras de cultivo, siendo un manto fértil que cubría los valles de Nuestra Señora de Copacaguan, Santa Cruz de Pacairigua, Araguata y San Nicolás de Tolentino de Capaya.
Situándonos en la Venezuela agrícola de 1800, el país contaba con 800 mil habitantes y basaba su economía principalmente en la producción de café, cacao y azúcar.
Para esa época, existían en Guarenas numerosas haciendas de caña dulce, cuya fuerza de trabajo estaba representada por esclavos.
Ya habían transcurrido casi dos siglos de aquellas feroces y heroicas luchas que libraron los indios Guarenas en contra de la colonización española.
Ahora la lucha era de los esclavos afrodescendientes cuya vida transcurría en estas haciendas en condiciones muy desiguales.
Bajo esta realidad, el 31 de julio de 1800, una esclava de nombre María de la Trinidad daba a luz a una niña en la Hacienda San Pedro de Guarenas, propiedad de Don Gabriel Blanco Uribe.
El proceder de aquella época era que el dueño de la hacienda era quien presentaba a los esclavos nacidos en su propiedad, demostrando de esta manera que el esclavo le pertenecía.
Es así como esta niña, nacida esclava, fue presentada por Don Gabriel Blanco Uribe y bautizada por el presbítero Don Juan Argote el 11 de agosto de 1800 en la Iglesia Nuestra Señora de Copacabana de Guarenas con el nombre de María Ignacia.
Así lo muestra el folio 67 del Libro de Bautismo 1790-1806 en su tomo único, el cual reposa en el Archivo Parroquial de Guarenas, documentado por la Lic. María Enriqueta Calderón y Elio R. Bolívar, siendo testigos el Obispo de la Diócesis de Guarenas Monseñor Gustavo García Naranjo, Luis Ernesto Vera (†), Pedro Martínez (†) y América Jiménez, en fecha 11 de junio de 1999.
Para aquella época, la Iglesia de Nuestra Señora de Copacabana era el sitio que regía y atendía los asuntos eclesiásticos y de registro civil de los territorios que conformaban el Corregimiento de Guarenas, así como del posterior Cantón de Guarenas de la época republicana iniciada en 1810.
Así fue hasta 1874, cuando en el Gobierno de Antonio Guzmán Blanco se independizaron administrativamente estos territorios, constituyéndose en distritos e incluso fundándose la Colonia Bolívar en los terrenos de la antigua Hacienda Araira.
Basados en esta fe de bautismo documentada, podemos inferir la vida que le tocó vivir a la esclava María Ignacia durante la primera mitad del siglo XIX.
Su niñez debe haber transcurrido en los alrededores de la Casa Grande de la Hacienda San Pedro, pues su madre se encargaba seguramente de los quehaceres de la cocina o la lavandería, o quizás de la limpieza de los amplios espacios y aposentos del propietario.
Mientras María Ignacia jugaba en los predios del enorme ingenio de trapiche de la Hacienda San Pedro, o mientras aprendía de su madre las tareas propias del servicio doméstico al cual ella estaba destinada, se avecinaban en Venezuela tiempos de agitación.
Para 1810, cuando María Ignacia estaba cerca de cumplir los 10 años y formaba parte de los sesenta mil esclavos que vivían en Venezuela, se da inicio al movimiento independentista aquel 19 de abril cuando el Cabildo de Caracas destituyó al Capitán General Vicente Emparan, constituyéndose la Junta Suprema de Caracas.
Un año más tarde, el 2 de marzo de 1811, se disuelve esta Junta y se instala el primer Congreso Nacional.
El 5 de julio de 1811, el Generalísimo Francisco de Miranda convence al Congreso para declarar la independencia de Venezuela, redactándose al poco tiempo una Constitución Nacional.
Pero los esclavos no entendían de constitución y normas jurídicas. Para ellos, el enemigo natural era el propietario de tierras y haciendas, y hacia éste eran sus protestas y luchas.
La pequeña María Ignacia, con la inocencia propia de su corta edad, no podría percibir aquellos tiempos de efervescencia de la Primera República. Pero su madre, así como los esclavos jornaleros, deben haber estado muy atentos a esta situación.
Incluso, a los predios de la Hacienda San Pedro, debe haber llegado la polvareda levantada por el éxodo de aquellos veinte mil caraqueños que en medio de la barahúnda acamparon en la ceiba de Guarenas en julio de 1814 cuando marchaban al oriente del país huyendo de Boves. Este transitar intempestivo por los valles del Cantón de Guarenas generó tensión entre hacendados y esclavos.
Los dueños de las haciendas mostraban gran preocupación, pues parecía inminente la sublevación de los esclavos en el Cantón de Guarenas, tal como había ocurrido entre 1811 y 1816 en los valles de Aragua y costa central, en donde casi tres mil esclavos se rebelaron contra la clase criolla dominante para unirse posteriormente a los ejércitos de José Tomás Boves y del Coronel Francisco Rosete.
La joven María Ignacia de seguro se enteró en 1821 de la independencia de Venezuela, pero para ella y el resto de los esclavos poco había cambiado. Igualmente, la desintegración de la Gran Colombia y el nacimiento de la Cuarta República en 1830 al mando de José Antonio Páez debe haber sido de poco entendimiento e interés para aquella esclava que lo único que ansiaba era su libertad.
La realidad es que en aquella Venezuela independiente de España los esclavos continuaban con su protesta en contra del orden económico y maltrato laboral al que eran sometidos.
Una forma de protesta de los esclavos era personificando al patrón, vistiéndose con algún ropaje elegante ya desechado por el amo, mientras bailaban en la noche alrededor de una fogata, cantando e improvisando versos, algunos de ellos con improperios hacia el dueño de la hacienda, mientras le “daban cotiza al terrón para volverlo polvo sin compasión”.
Se cree que algunos capataces descontentos también se sumaban a la parranda de protesta, pues ellos sentían de alguna manera empatía por los esclavos con quienes compartían la jornada de trabajo. Por ello, con hollín de maíz, arroz y plátano, preparaban un betún con el cual se pintaban la cara de negro para no ser reconocidos por el patrón. De esta manera, acompañaban a los esclavos en su protesta, cantando y pisoteando figurativamente al hacendado. Mucho tiempo después, mestizos y blancos harían lo mismo, pero esta vez no para ocultar su rostro, sino para imitar y honrar a los afrodescendientes.
Por su parte, las esclavas escuchaban desde lejos el batuque, pues ellas no podían participar de esta actividad; la parranda era solo para hombres. Incluso el cuero curtido adherido a las alpargatas era cosido por los propios esclavos, no dejando que las mujeres hicieran esta tarea que les era propia. Las cotizas, también eran cosa de hombres.
María Ignacia se casó con un esclavo de la Hacienda San Pedro, de nombre José Eusebio, con quien tuvo varios hijos. Uno de ellos fue la niña Rosa Ignacia.
La tradición oral nos cuenta que la niña Rosa Ignacia comenzó a padecer una fiebre muy alta que los curanderos no lograban bajar, dando poca esperanza de vida para la pequeña.
En su desesperación, la esclava María Ignacia fue a la capilla de la hacienda y frente a la imagen de San Pedro Apóstol ella rezó y suplicó por la sanación de su hija, prometiéndole bailar y cantar en la parranda de los hombres el día de su santoral si él le concedía el milagro. Fue una promesa difícil para ella, pues participar en la parranda de hombres era cosa prohibitiva. Su fe y determinación serían puestas a prueba.
A los pocos días el milagro se hizo; la fiebre desapareció y Rosa Ignacia se salvó.
A partir de ese momento y para pagar su promesa, se le permitió a María Ignacia participar en la parranda una vez por año cada 29 de junio, siendo ahora ese día no solo para la protesta, sino también para celebrar y agradecer a San Pedro por el milagro concedido.
María Ignacia, la esclava promesera, bailaría con Rosa Ignacia en brazos junto a los esclavos. Incluso, estando ella encinta en años posteriores, cumplió con su promesa de tributo.
Por muchos años, María Ignacia pagó su promesa y la parranda se fue haciendo tradición entre los esclavos de las diferentes haciendas.
Así fue hasta que María Ignacia enfermó gravemente. En su lecho de enferma y sabiendo ella que no permitirían a otra mujer ingresar a la parranda, le pidió a su esposo que continuara pagando la promesa al Santo Patriarca.
José Eusebio honró su palabra y continuó pagando la promesa en nombre de María Ignacia, vistiéndose cada 29 de junio con un vestido de ella, abultando su abdomen para simular su embarazo y bailando ante la imagen de San Pedro mientras llevaba en brazos una muñeca de trapo que representaba a su hija Rosa Ignacia.
Al morir José Eusebio, los esclavos continuaron cada año pagando la promesa de María Ignacia ante la imagen de su devoción.
Es así como María Ignacia, la esclava promesera, fue la única mujer que participó en la Parranda de San Pedro.
En los años iniciales de esta parranda de agradecimiento, es poco probable que los esclavos recorrieran el pueblo con su baile, ya que ellos vivían en los predios de las haciendas, las cuales estaban relativamente lejos. Además, los esclavos estaban bajo la tutela de sus amos, teniendo ellos pocas opciones para salir de los linderos de las haciendas, mucho menos en las noches.
También debemos inferir que los ciudadanos blancos de Guarenas difícilmente aceptarían en las calles del pueblo esta celebración propia de los esclavos. El estatus social inferior al cual estaban sometidos los esclavos era motivo suficiente para mantener sus costumbres ajenas a la de los ciudadanos con derechos, quienes incluso hubiesen visto estas parrandas como subversivas.
Aquella sociedad del siglo XIX no tenía afinidad con las protestas que los esclavos establecieron contra los hacendados y contra la propia esclavitud.
Pero eso cambiaría con el tiempo, pues los esclavos lograrían su libertad y se irían integrando paulatinamente a la sociedad. Además, la fe hacia San Pedro contribuiría en gran medida a la igualdad de condición humana. Con el pasar de los años la Parranda de San Pedro sería adoptada por todos y sería realizada en el pueblo a plena luz del día.
En la Venezuela del siglo XIX, el tiempo era ajustado al santoral y a sus respectivas festividades religiosas. Como muestra de ello, el esclavo Joseph de Jesús Malpica dejó constancia en su carta dirigida al Libertador Simón Bolívar el 9 de febrero de 1827.
En dicha misiva el esclavo le pide a Bolívar le sean reconocidos sus servicios como soldado patriota, militancia a la que fue fiel durante la primera, segunda y tercera instalación de la República.
Con una caligrafía muy alejada de los preciosismos propios de los escribanos, Malpica le pide la libertad a Bolívar, recordándole la primera batalla en la que participó al mando del Generalísimo Francisco de Miranda para defender la ciudad de La Victoria ante el avance de los realistas comandados por Domingo Monteverde.
En su carta, el esclavo Joseph de Jesús Malpica rememoró con precisión esa fecha de la Batalla de La Victoria, escribiendo que se llevó a cabo un día de San Pedro del año 1812.
Sin lugar a dudas, María Ignacia es la figura protagónica de esta festividad popular y religiosa, declarada por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad el 5 de diciembre de 2013.
En Guarenas, después de muchos años sin ver a María Ignacia parrandear, su personaje fue rescatado en la década de 1980 gracias a los cultores Rodolfo Toro (†), Arquímedes Noria (†) y Ramón Noria, quienes consecutivamente la representaron.
Ahora su personaje volvería a recorrer las calles del pueblo, acompañada por dos niños que bailan con movimientos parecidos al ave tucusito, vistiendo los colores litúrgicos, tal como lo habrían hecho después de la Guerra Federal en 1863 gracias a la libertad de culto, política y tránsito decretados por el presidente Juan Crisóstomo Falcón.
• Rojo del Espíritu Santo, sangre del martirio y el fuego.
• Azul de la paz y la pureza, manto de la Virgen María.
Los restos mortales de María Ignacia aún deben estar sepultados en el terreno que formaba parte del cementerio de esclavos de la Hacienda San Pedro de Guarenas, tal como lo aseguraba Payao, quien fuera uno de los últimos descendientes de los jornaleros de esta hacienda.
Es grato imaginar que quizás María Ignacia vivió lo suficiente para enterarse que el 24 de marzo de 1854 el Presidente José Gregorio Monagas proclamó a Venezuela una nación libre de esclavitud.
María Ignacia, la esclava promesera, sigue bailando cada 29 de junio; es una promesa heredada y honrada por los cultores de la Parranda de San Pedro.
Video: María Ignacia, la Esclava Promesera
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Fundador y editor de Campanario Urbano. Docente y director jubilado. Investigador de la historia de Guarenas. Fue cronista de prensa regional y apasionado coleccionista de fotografías y documentos antiguos.