Hasta ayer nada más, llamó la atención del guarenero aquel maravilloso florón gigante que Dios puso en esta latitud del globo terráqueo, con sus protectores brazos abiertos que nos obligaba a levantar la mirada y el espíritu: La Cumaca.
Este magnífico representante de la opulencia, flora americana, gigantesca ceiba, árbol de la familia de las bombáceas, que regalaba su generosa sombra a los hijos de Guarenas que transitaban por el paso del río La Guairita, vía Curupao.
Y un día, el menos esperado, la mano destructora del hombre terminó con su existencia por alegato del progreso vial, al igual que pasó con el torreón de la Hacienda Maturín que estuvo ubicado en la hoy Zona Industrial.
Esta cumaca o tricentenaria ceiba, munificente factor de la naturaleza, en julio de 1814 hizo repercutir el nombre de la Patria y el brillo de los heroicos hijos de Caracas en su peregrinación al oriente del país.
La tradición cuenta que los frondosos ramajes de tan corpulenta ceiba que enjoyaba el paisaje Guarenero, sirvieron de alivio por instantes al cansancio de aquellos recios héroes.
En los días luctuosos de la Patria en julio de 1814, Boves como un ciclón devastador de crueldad y de carácter belicoso, avanzaba hacia el centro del país con sus llaneros sin que los ejércitos patriotas lograran detenerlo. Bolívar, Mariño, Ribas y sus compañeros de armas, agotaron esfuerzos sobrehumanos para contener al bárbaro asturiano, quién después de tomar Valencia y sacrificar a sus mejores hombres, marchaba incontenible hacia Caracas.
El Libertador, quién comprendiera lo inútil del sacrificio, el seis de julio de 1814 inició con sus tropas el episodio más trágico de la Independencia, que fue la emigración del pueblo de Caracas hacia el oriente del país. Un espectáculo conmovedor y grandioso que se vio a través del camino de Chacao, cubierto por una columna de centenares de personas de todas las edades que huían de la pesadilla.
En horrenda mezcolanza y confusión, desfilaron ante la Iglesia de la Candelaria en Caracas hacia Chacao. Tanto mantuanos como servidores, cargaban lo que en la barahúnda de la huida les permitía el ansia de escapar. Los penosos esfuerzos por caminos ásperos y la fustigación del sol tropical, ocasionaron que la gente del pueblo pasara hambre.
Transcurrían las horas del día y se avecinaba la noche para los emigrantes, que en su peregrinar se echaban sobre los campos silenciosos con variadas fogatas, desafiando así a las alimañas del monte, hasta tanto la aurora anunciara el nuevo día de romería.
Bajo la ceiba de Guarenas, puesta misericordiosamente en el camino por la infinita bondad del Creador, cuenta la leyenda que ancianos, mujeres y niños pudieron acampar y resguardarse. Y es así, como en homenaje justo un hijo de Guarenas, el poeta Rosendo Castillo, colocó al pie del gigantesco árbol lo siguiente:
“Al pie de este coloso
otro coloso: Simón Bolívar
acampó con sus huestes
un día del año 1814”
En el Día Mundial del Árbol recordamos a nuestra imponente ceiba de la Guarenas de antaño.
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Fundador y editor de Campanario Urbano. Docente y director jubilado. Investigador de la historia de Guarenas. Fue cronista de prensa regional y apasionado coleccionista de fotografías y documentos antiguos.