El Mono de Chaco

Despertar un sábado en la Guarenas de antaño, con la aurora temprana anunciada por el canto del gallo, los primeros rayos de sol filtrándose a través del postigo entreabierto, y esa inconfundible mezcla de aromas a café recién colado y agua de toronjil que mi madre preparaba con dedicación. Aquella serenidad que traía el amanecer prometía un día lleno de sencillas pero inolvidables experiencias y, entre ellas, estaba el mono de Chaco.

Con la cama meticulosamente tendida, arreglado y bien vestido, me unía a mi madre y mis hermanos en la mesa del comedor. Aquellos sábados, desayunábamos arepas de maíz pilado y molido al alba, una muestra palpable del amor incondicional de nuestra madre. Las rellenábamos con queso y mantequilla casera, dispuestas en platillos como tesoros culinarios. No podía faltar la maicena de leche recién hervida y el delicioso guarapo de piña con papelón, que coronaban aquel banquete matutino rebosante de cariño y tradición.

No había razón para quedarse encerrado. Afuera, me aguardaba un recorrido de mandados próvidamente ordenados por mi madre, lo que se convertía en una aventura compartida con amigos. Con cada encargo, creábamos recuerdos imborrables en aquel encantador entorno, convirtiendo las tareas cotidianas en momentos de camaradería y alegría.

Ese pueblo encantador te invitaba a caminar por sus calles generosas, impregnadas de las huellas imborrables de sus habitantes. Sus esquinas eran auténticos baluartes de encuentro y tertulia, donde la historia se tejía con cada relato compartido. A cada paso, la vista se deleitaba y el orgullo de ser guarenero crecía en el corazón.

Con total certeza, alguno de los mandados me llevaría al Abasto La Reforma, donde su propietario, Don Delfín Mendoza, un hombre sabio y conversador, atendía amablemente. En aquella pulpería, los aromas de hortalizas, granos, semillas, cuero y madera se entremezclaban en un confuso pero reconfortante bouquet. Cada sábado, aprovechaba la oportunidad para disfrutar de mi carato de maíz en botella, un pequeño placer que hacía de aquellos días algo realmente especial.

La ruta continuaba, dirigiéndome hacia el sur por la calle engalanada con el nombre del ilustre doctor guarenero: Francisco R. García. Mi objetivo era claro, disfrutar de uno de los momentos más ocurrentes del fin de semana. Ese divertido momento ocurriría en la Pulpería de Chaco, propiedad del señor Juan Bautista Mendoza, a quien todos llamaban cariñosamente Chaco.

Al aproximarme a la Pulpería de Chaco, ya se vislumbraba el grupo de mis contemporáneos apostados al frente. Las muchachas, entre asombro y risas, disfrutaban del momento, mientras que los varones aprovechaban para cortejar a alguna dama de su agrado.

¿Qué hacían ahí reunidos? Observaban al mono de Chaco, un travieso animalito que pasaba el día en una jaula, estratégicamente situada en la entrada de la pulpería, brincando y haciendo piruetas todo el día, por lo cual despertaba la curiosidad y fascinación en los transeúntes, convirtiéndose en el centro de atención, un espectáculo que dotaba de vida y color a ese punto de la Guarenas de antaño.

Pero el mono de Chaco era célebre por algo muy particular, algo que trascendía sus habituales monerías. Y es que el pequeño socayo tenía un evidente gusto por las muchachas guareneras. Cuando alguna damita desprevenida pasaba frente a la pulpería, el mono de Chaco empezaba a brincar y a emitir chirridos de emoción, que resonaban por toda la cuadra.

Se hizo costumbre que las muchachas se agolparan frente a la pulpería, ansiosas por descubrir a cuál de ellas prefería el mono, en un juego para ver quién era la más guapa. Con un gesto travieso y diminuto, el pequeño mono dejaba entrever su elección, provocando risas y asombro entre los espectadores. Aquel espectáculo, aunque pícaro, añadía un toque de diversión a las tardes guareneras. La ganadora de ese día era invitada por sus amigas a comer arepitas dulces de anís preparadas por la señora Rita Plaza.

Cada vez que algún valiente muchacho osaba acercarse a una de las damas presentes, el mono de Chaco se convertía en una pequeña furia peluda, lanzando gruñidos y arrojando lo que tuviera a su alcance. Los muchachos, siempre ingeniosos, aprovechaban esta cómica situación y, bajo el pretexto de enfurecer al mono, se acercaban a la muchacha de su interés.

El mono de Chaco disfrutaba las noches en libertad. Fuera de su encierro diurno, el pequeño animal se desplazaba por los espacios contiguos a la pulpería, explorando bajo el manto de la noche, saltando de pared en pared y, en ocasiones, lograba escapar, aventurándose curioso sobre las tejas de las casas de la Llanada, para regresar en la mañana a la pulpería e iniciar su día de monerías.

Al fallecer Juan Bautista, aquel rincón de la calle Francisco R. García jamás volvió a ser el mismo. Eventualmente, la pulpería cerró sus puertas y lo que una vez fue un vibrante punto de encuentro, repleto de risas y travesuras, se transformó en un nostálgico recuerdo en la memoria de aquellos que alguna vez lo vivieron.

Del inquieto mono de Chaco, nadie volvió a tener noticias. Algunos aseguran que la mascota le fue entregada a una familia para su cuidado. Otros comentan que el habitantillo fue liberado en Barlovento.

Lo cierto es que fue este simpático simio y sus travesuras lo que dio origen al viejo refrán guarenero: «Eres más enamorado que el mono de Chaco».

Protejamos a los animales, promoviendo su bienestar y libertad.

Fotografías relacionadas:

Derechos reservados, Campanario Urbano