En cada rincón del país, desde los valles hasta las montañas, nuestros pueblos se visten de gratitud y reverencia. En cada amanecer, el sol no solo ilumina las calles, sino también los corazones de quienes recuerdan a nuestros predecesores, aquellos que con su trabajo honesto y amoroso forjaron los cimientos de nuestros poblados. No hay lugar donde la historia no susurre los nombres de los héroes locales y nacionales, quienes con valentía y pasión, como el Gral. Ambrosio Plaza, dieron vida a la patria que hoy celebramos con fervor.
Es parte de nuestra memoria colectiva, en donde rendimos tributo a los próceres que, con hálito indomable, hicieron posible los sueños de libertad y justicia. Cada calle, cada plaza, cada escuela, cada monumento, es un testimonio viviente de su legado, un recordatorio constante de que el espíritu de un pueblo se nutre del coraje y la dedicación de quienes vinieron antes. Estas voces del pasado también resuenan en nuestras festividades, recordándonos que somos parte de una historia más grande y gloriosa.
Con cada palabra y con cada acción, llevamos con orgullo el peso de nuestra historia, honrando a aquellos que, con su entrega y amor a la patria, nos dejaron una herencia invaluable. En ese tributo constante, encontramos la fortaleza para seguir adelante, construyendo un futuro que enriquezca el legado de nuestra nación.
Ambrosio Plaza, valiente hijo de Venezuela, fue un faro de esperanza en los tiempos oscuros de la opresión. Con un espíritu indomable y un amor profundo por su tierra, luchó incansablemente en las batallas que moldearon la historia de nuestra independencia.
Cada paso que dio en el campo de batalla resonaba con la pasión de un hombre decidido a liberar a Venezuela del yugo colonial, como un eco de esperanza y determinación, iluminando el camino hacia un futuro emancipado.
Su vida, entregada sin reservas en el altar de la patria, es un testimonio eterno de la lucha por la independencia y la justicia. Ambrosio Plaza esculpió su nombre con coraje indomable en la historia de Venezuela, convirtiéndose en un símbolo de sacrificio y heroísmo.
Su legado, marcado por la sangre de su entrega en Carabobo, continúa inspirando a los corazones que claman por la libertad, esa libertad que se forja con el coraje y la dedicación de los verdaderos héroes.
Ambrosio Plaza engalana con su nombre a nuestro Municipio, epónimo que ha estado presente en otros sitios emblemáticos de Guarenas. Hasta mediados del siglo XX, la calle real de Guarenas llevaba su nombre, que luego fue cambiado a calle Comercio. Más tarde, una de las principales calles del Pueblo Arriba adoptó el nombre de Ambrosio Plaza, título que conserva actualmente en su recorrido desde la Plaza Bolívar hasta el Calvario.
En la Llanada del pueblo y posteriormente en el Pueblo Arriba, existió la Escuela Federal Graduada Ambrosio Plaza, destinada solo a varones, la cual fue fusionada en 1959 con la Escuela Federal Graduada Carabobo para fundar el Grupo Escolar Ambrosio Plaza (hoy U.E.N.B.), la cual cuenta con un busto en su patio. También en la zona 5 de la Urb. Los Naranjos existe un parque que lleva su nombre. Además, la más alta condecoración de Guarenas honra la memoria de este insigne prócer.
Sin embargo, debemos cuestionarnos por qué en el casco central de Guarenas no existe una estatua de Ambrosio Plaza. ¿Por qué no hay un espacio público donde su figura en bronce nos permita acercarnos a su magnificencia de forma profunda y tangible?
También es crucial preguntarnos cuándo y por qué los guareneros adoptaron el nombre de este prócer y si la forma en que fue elegido realmente reflejaba los sentimientos de la población.
Hoy les quiero contar que en Guarenas existió un busto de Ambrosio Plaza, erigido sobre un pedestal en la antigua Plaza Mayor del Pueblo Arriba, mucho antes de que fuera rebautizada como Plaza Bolívar y, por supuesto, mucho antes de que Juan Vicente Gómez decretara que cada pueblo tuviese una imagen del Libertador en su plaza principal.
Se preguntarán entonces, cuál fue el destino de ese busto del prócer.
Pues bien, ese respeto que rendimos a nuestros héroes no siempre es adoptado de forma inmediata, requiriendo del entendimiento y aceptación por parte de los pobladores.
La historia es como sigue y parte de ella me la narró mi bisabuela, Lorenza Susana Garmendia (1862-1949), cuando yo era un infante.
El 27 de abril de 1873, durante la presidencia de Antonio Guzmán Blanco, la Jefatura Civil del Distrito Guarenas del Estado Bolívar asumía las funciones del recién creado Registro de Estado Civil. El Estado Bolívar fue una división administrativa de Venezuela que existió entre 1864 y 1881, abarcando lo que hoy es el Distrito Capital y el Estado Miranda.
En 1874, el Distrito Guarenas es desarticulado, dando lugar a la creación del Distrito Plaza, integrado por dos municipios: Bermúdez y 27 de Abril.
Como era de esperarse, los pobladores no acogieron con agrado la nueva denominación territorial, que despojaba al distrito de su nombre original para ser sustituido por el apellido del prócer. Esta medida guzmancista generó descontento entre los habitantes, quienes sentían una profunda conexión con el nombre de Guarenas.
Siguiendo la nueva denominación del distrito, el jefe civil, Gral. Froilán Orta, junto al Cnel. Demetrio Escalona y el Gral. Plácido Ávila, intentaron resaltar la figura de Ambrosio Plaza. Entre sus acciones, ordenaron en 1874 esculpir y vaciar un busto del prócer, el cual instalaron en la Plaza Mayor del pueblo.
Los guareneros reconocían la importancia y la gesta histórica de Ambrosio Plaza, pero no podían aceptar que al distrito se le hubiese modificado su nombre. Además, gran parte de la población estaba descontenta con el avance del liberalismo amarillo que Antonio Guzmán Blanco imponía rápidamente. Todos exigían que el distrito volviese a llamarse Guarenas.
Narraba mi bisabuela que, una mañana de domingo de ese año de 1874, siendo ella una niña de 12 años, caminaba con sus padres desde su casa en la calle Páez hasta la Iglesia de Nuestra Señora de Copacabana, para asistir a la Santa Misa. Al llegar a la esquina de la iglesia, notaron un tumulto de gente reunida en la Plaza Mayor.
El busto del Gral. Ambrosio Plaza había desaparecido. Solo quedaba el pedestal de adobe, con los retorcidos anclajes metálicos en su parte superior, que hasta ese momento habían sostenido la figura del prócer.
En medio del caos y la confusión, una pregunta resonaba entre la multitud: «¿Dónde está Ambrosio Plaza?».
Los vecinos aseguraban no haber escuchado nada extraño durante la noche. No se supo de nadie merodeando la zona durante la madrugada. No hubo ruido de carreta ni huellas en el suelo, necesaria para llevar lejos a tan pesada obra escultórica.
Entre la multitud alguien exclamó: «Pregúntenle a Perucho».
Guarenas era un pueblo taciturno, envuelto en noches oscuras de menguante, aunque a veces regalaba noches claras de plenilunios. En esas noches se escuchaba una voz que decía: «Tranquilo y sereno, no hay novedad». Era Pedro Lobo, empleado público de Guarenas, quien iba pregonando esa frase mientras encendía cada uno de los 60 faroles que había en el pueblo.
El grito de «no hay novedad» reflejaba la paz que imperaba en la nación en esos momentos, pues las revueltas en tiempos de montoneras se habían apaciguado.
Perucho realizaba rondas nocturnas para asegurarse de que los faroles no se apagaran por falta de aceite. Por eso, se sugirió preguntarle si había notado algo fuera de lo común esa noche.
Ese mismo domingo, el jefe civil interrogó a Perucho, en un esfuerzo por obtener información que pudiera revelar el paradero del busto de Ambrosio Plaza.
Con voz temblorosa, Perucho afirmó no haber visto a nadie en la Plaza Mayor durante esa noche. Sin embargo, mencionó haber escuchado voces en el Cerro de Piedras mientras ascendía por Los Almendrones durante su ronda.
El Cerro de Piedras estaba situado detrás de la Iglesia de Nuestra Señora de Copacabana, era un terreno rocoso e irregular. A principios del siglo XX, este espacio albergó la construcción de la Alameda Plaza y, en 1937, fue remodelado y renombrado como Plaza Régulo Fránquiz.
Tras lo declarado por el sereno Pedro Lobo, algunos pobladores se acercaron al Cerro de Piedras. Con desinterés, exclamaron no notar nada extraño en el escabroso terreno. El ánimo reinante no era precisamente el de querer encontrar el busto de Ambrosio Plaza.
Con el pasar del tiempo, se tejieron las más inverosímiles historias en torno a la desaparición del busto del prócer. Una de ellas sugería que el prócer había abandonado Guarenas porque sentía que los pobladores no lo querían allí. Esta invención, sin embargo, era para expresar el sentimiento genuino de los guareneros.
En realidad, muchos guareneros aseguraban que el busto de Ambrosio Plaza estaba enterrado en el Cerro de Piedras y que ahí debía quedarse, para que el distrito volviese a llamarse Guarenas y el pueblo pudiese elegir a sus propios símbolos de grandeza.
Y es que la verdadera honra de un prócer no nace con una condecoración, nace del respeto genuino que siente el pueblo, pues no se puede imponer a la fuerza lo que debe florecer naturalmente en el corazón de la comunidad. Cuando el reconocimiento surge de la auténtica admiración y gratitud, su legado se fortalece y perdura en el tiempo. Y es ese tiempo transcurrido el que puede devenir en una deuda histórica que deba ser saldada con el homenaje merecido.
¿Realidad o leyenda? Lo cierto es que, durante más de un siglo y medio, Guarenas ha carecido de una estatua pública de Ambrosio Plaza, prócer elegido para nombrar al antiguo distrito, hoy municipio.
Nota al margen: En 1881, el Distrito Plaza pasó a constituir parte del Estado Guzmán Blanco. En 1889, se integró al Gran Estado Miranda. A partir de 1898, formó parte del Estado Miranda. En 1900, durante la presidencia de Cipriano Castro, el Estado Miranda absorbió al Estado Caracas, para luego disolverse en 1901, quedando el Estado Miranda que conocemos hoy. En 1989, durante el proceso de descentralización, se creó el Municipio Autónomo Plaza, con una única parroquia: Guarenas.
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Fundador y editor de Campanario Urbano. Docente y director jubilado. Investigador de la historia de Guarenas. Fue cronista de prensa regional y apasionado coleccionista de fotografías y documentos antiguos.