Una de las actividades de la Guarenas de antaño era la molienda en casa. Cada mañana, la piedra de moler en Guarenas era el utensilio utilizado por las mujeres de la casa.
Esta piedra estaba ubicada en el mesón de la cocina, justo al lado del fogón; aunque algunas veces podía ser trasladada al patio para realizar la faena de molienda en el suelo.
La típica piedra de moler en Guarenas solía ser una base pétrea de hasta 60 cm de largo, por 40 cm de ancho y 10 cm de alto. Sobre su superficie se trituraba el grano de maíz o trigo, para lo cual se hacía uso de una piedra pequeña de unos 15 cm de largo.
Con esta herramienta compuesta por dos partes, se golpeaba o giraba la piedra pequeña sobre el grano colocado en la piedra grande.
La piedra de moler era muy resistente. Sin embargo, debido al uso intenso que se le daba cada mañana en la Guarenas de antaño, se le iba formando una hendidura, la cual iba aumentando dada la fricción. Era normal que después de varios años de uso la piedra pudiera partirse en el borde más cercano a la cocinera. Era tal la intensidad de la molienda en casa que la piedra pequeña se calentaba en la mano.
La piedra de moler en Guarenas debía tener ciertas porosidades, ya que su textura rugosa ayudaba en el triturado del grano. En cambio, la piedra de mano debía ser circular y lisa para una mayor facilidad de desplazamiento sobre el grano, evitando además el maltrato de las manos.
Si bien la piedra era usada para moler granos secos, en Guarenas también era costumbre utilizarla para triturar granos sancochados y otras especias.
De pie o sobre sus rodillas, las mujeres de la casa usaban ambas manos para moler o amasar el maíz, preparando ricas hallaquitas en hoja de maíz o arepas de budare.
Piedra con piedra, esta tradición y técnica de moler era traspasada de madre a hija. Incluso, con el correr de los años, la piedra de moler también era heredada, siendo así un utensilio que pasaba a formar parte de la historia familiar.
La piedra de moler mostrada en esta publicación también tiene su historia en la Guarenas de antaño.
Para finales del siglo XIX, Lisandro García y Olimpia Chapellín mantenían una relación de amor que logró su objetivo común de formar una familia en el año 1898.
Ya casados, establecieron su hogar en la calle Colón del Pueblo Arriba de Guarenas, específicamente entre las calles Ambrosio Plaza y Miranda. Tuvieron cinco hijos: Ana Esperanza, Josefa Antonia, Miguel Eduardo, Pedro Abelardo y María Teresa.
Si bien las mujeres eran quienes molían el grano, la costumbre indicaba que los hombres eran quienes se encargaban de conseguir la piedra de moler perfecta para su casa.
Una tradición de los recién casados en la Guarenas de antaño, era que el hombre del hogar recién formado debía adentrarse en la montaña muy temprano en la mañana, río arriba por Curupao, en busca de la piedra adecuada para llevar a su nuevo hogar.
En la tarde, se escuchaba el rebuzno acercándose a la casa, indicando que la piedra perfecta había llegado. Si la piedra era la indicada, estaría en la familia por varias generaciones.
Es así como Lisandro García trajo esta piedra de moler para su nuevo hogar en el año 1898. Su hijo Pedro Abelardo, ya siendo adulto, contaba como su madre realizaba la molienda en su casa.
La Señora Olimpia Chapellín colocaba el maíz con concha en el pilón, le agregaba agua y comenzaba a pilarlo, prensándolo con el mazo. Una vez que la concha se había desprendido del maíz, ella procedía a sancocharlo en el fogón. Luego, iba colocando con su puño el maíz sancochado en la piedra de moler y comenzaba a triturarlo con la piedra pequeña. Era una tarea noble y ardua de la señora de la casa.
Esta piedra de moler estuvo en uso hasta el año 1913, cuando el niño Pedro Abelardo teniendo 8 años de edad vio emocionado que su padre Lisandro traía a la casa un nuevo molino de acero. A partir de ese momento, en la casa de la familia García Chapellín se compraría el maíz ya pilado, solo teniendo la Señora Olimpia que sancocharlo y molerlo con el nuevo y moderno molino del hogar.
Esta piedra de moler pasaría a quedar relegada, como recuerdo tangible de aquella Guarenas de antaño, pero sin dejar de ser un preciado objeto familiar.
Ya no se escucharía en las casas de Guarenas aquel inconfundible sonido mañanero que producían ambas piedras al chocar durante el triturado o amasado del grano.
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Fundador y editor de Campanario Urbano. Docente y director jubilado. Investigador de la historia de Guarenas. Fue cronista de prensa regional y apasionado coleccionista de fotografías y documentos antiguos.