La Tejería de Guarenas

Por Tomás González. La Tejería de Guarenas era más que un taller donde se modelaba el barro para convertirlo en tejas y ladrillos. Era todo el paisaje en donde habían verjas, árboles de ciruelas, guatacaros, greda, chamiza, caminos, cercas, silencio, soledad y otras cosas que en conjunto, generaban un mágico atractivo.

Entre aquel cúmulo que completaba el ambiente, había una enramada alargada con orientación Norte-Sur, techo de tejas a “dos aguas” sin paredes, abrigo de las rústicas y primitivas herramientas utilizadas en el tratamiento artesanal de la arcilla y además un espacio para la realización del proceso mismo.

Era el corazón transformador del lodo, que al entrar por un lado en su condición original, salía por el otro, convertido en pieza componente elemental, de futuras construcciones.

Todo aquel cúmulo estaba al final del camino que venía de nuestro pueblo, el cual, aunque situado a poca distancia, le mantenía el aislamiento.

Esa vía, descrita separadamente, era utilizada, muy de vez en cuando, por carretas y pequeños camiones de la época, para transportar los productos terminados.

Esos productos alfareros cuando nuevos, tiñeron de rojo los techos de las casas guareneras y hoy, después de mucho tiempo, adoptan el color ennegrecido que resulta de la inmisericorde acción de la intemperie.

El caney tenía en ambos lados, patios a cielo abierto, de piso liso, cubierto de una arenilla muy fina, donde se realizaba el presecado de las distintas piezas, recién salidas del molde generador.

Las tejas eran de dos clases, según la función que desempeñarían, como tapas o canales. Las primeras debían ser más abiertas que las segundas. Igual ocurría con los ladrillos. Además del ladrillo tradicional, existía otro de dimensiones ligeramente reducidas, pero de mayor grosor. Este ladrillo tenía bastante aceptación y lo denominaban “Alemancito.” Ladrillos y tejas eran las unidades que más se producían en esa tejería, se podría decir, que eran casi las únicas.

El alfarero era el señor Manuel González, hombre de seriedad comprobada, de conversación densa y refinada. Era además de trabajador incansable, amante del silencio y la soledad.

Señor Manuel González (1888-1973), quien fuera dueño de la tejería y ciruelar que estuvieron ubicados en los predios de la actual Urbanización El Calvario de Guarenas. Fotografía restaurada y coloreada digitalmente por Campanario Urbano.
Señor Manuel González (1888-1973), quien fuera dueño de la tejería y ciruelar que estuvieron ubicados en los predios de la actual Urbanización El Calvario de Guarenas. Fotografía restaurada y coloreada digitalmente por Campanario Urbano.

En la Tejería de Guarenas y con el fin de acondicionar el lodo para su manipulación, varias veces lo vimos con sus pantalones arremangados, amasándolo con sus pies y sumergido en él, casi hasta la mitad de sus piernas.

Desempeñaba esta actividad de amalgamiento en un estanque empotrado en el piso de uno de los patios laterales, utilizando agua que almacenaba en una pequeña laguna vecina, construida para tal fin.

La arcilla, materia prima utilizada en el proceso de fabricación que se llevaba a cabo en aquel taller, era extraída en las cercanías. Según Manuel, había suficiente para desarrollar esa actividad por mucho tiempo, dado el lento consumo tenido para la elaboración de las piezas alfareras.

Las piezas después de presecadas, eran llevadas al horno, el cual estaba situado hacia el extremo sur del caney, en estructura independiente y separada. Se colocaban ordenadamente dentro del horno, de manera que el aire caliente soplara por la separación dejada entre ellas y se completara así su cocción.

La intensa combustión existente dentro del horno, era alimentada por la leña y chamiza que, con la antelación necesaria, era cortada y transportada, por Manuel, hasta las inmediaciones del horno. El lugar de corte estaba situado en un pequeño valle situado un poco más hacia el Sur, llamado La Sabaneta.

La operación de “quema” como él la llamaba, duraba varias horas hasta lograr la cocción completa de las piezas sometidas a tal operación. Las tejas, elementos más delgados, una vez cocidas, al golpearlas con una barra de hierro, vibraban con musical entonación.

En cierta época del año, cuya fecha no recuerdo, se producía la cosecha de la ciruela. Supongo que el grueso de la recolección era destinada a fruterías, sin embargo, Manuel ofrecía al visitante, de lo cual doy fe, la dulzura de aquel pequeño y vertebrado fruto. No faltaban muchachos que en sus correrías por aquellos lugares, subrepticiamente y como travesura, lo tomaban.

El avance indetenible cambió todo, fue destruido aquel rincón de silencio y soledad. Hoy, La Tejería, invisible tal vez, estará suspendida en el ambiente, como figura que se niega a desaparecer y seguirá hasta que el olvido la borre para siempre. No será así en mi memoria, pues aunque en lugar muy escondido, seguirá siempre en mi recuerdo.

Publicación relacionada: El Ciruelar de Guarenas

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