Desde mi viejo Campanario, quizás la más alta cúspide que yo pude escalar en mi niñez, el lugar donde mis ojos divisaron la plenitud de mi terruño, y pensé en ese momento sobre mi amable Guarenas: “¿Cuantos acontecimientos habrán acaecido en estas angostas calles antes polvorientas?” Me imaginé escuchar el chirriar de las viejas carretas con su pesada carga, llevadas por el paso lento de las mulas.
Recuerdo las enormes casas con sus patios centrales y sus grandes corredores, con sus zaguanes en la entrada, desde donde podías divisar los bellos jardines florecidos con plantas que poseían gratos perfumes que aún no puedo olvidar: Jazmines, rosas, damas de noche, diamelas etc.
Y qué decir de los corrales que divisaba, con sus altos árboles frutales, los cuales eran revoloteados por infinidad de aves. Vi azulejos, chirulíes, cucaracheros, conotos que venían a buscar el dulce fruto brindados por estos árboles, así como también observé en su raudo vuelo al colorido colibrí libar el néctar de las flores.
Vi también el movimiento de sus moradores, en su faena diaria, quienes antes del alba, morral en mano, se apuraban a llegar a las haciendas para la siembra, corte o molienda de la dulce caña. Y entonces soñé con buscar, hurgar y recopilar los acontecimientos del pasado, así como las vivencias que se sucederían, para entonces transmitirlas a las nuevas generaciones.
Como añoro aquellas coloniales casonas, que albergaron por centenar de años a los primeros habitantes del pueblo y que la intrepidez del martillo de la incultura lentamente destruyera, sin que autoridad alguna legislara para preservar. No las puedo olvidar, con sus amplios dormitorios y galerías, sus pisos de ladrillo, sus paredes pintadas con almagre o cal, sus tradicionales cocinas con fogones.
También viene a mi mente el agua fresca que bebía de los viejos tinajeros, agua que era filtrada por una piedra siempre cubierta por un helecho muy menudo, y creo que ese vegetal le proporcionaba ese frescor al divino líquido; era una emoción esperar esa agua que iba bajando gota a gota hasta llenar el bernegal.
Hoy se resisten a desaparecer bellos ventanales que quedaron en algunas calles, que en otrora tornaron y dieron forma aquellos dedicados artesanos. Recuerdo los días domingo, feriados o fiestas de guardar, a las jóvenes que en los poyos de sus ventanas se sentaban y miraban a través de éstas. Esos ventanales fueron testigos silentes de muchos idilios, unos lograron con éxito su objetivo, y otros quedaron en la espera. Quizás encontremos algunas damas todavía esperando su príncipe azul.
Recuerdo a los viejos trapiches con sus norias y rorreones, a sus peones removiendo la melaza para elaborar el papelón y panelas de la época; trapiches que mantuvieron la economía de la zona, y que hoy en día solo se limitan a engalanar algunas plazoletas o redomas de la ciudad.
Recuerdo aquella Guarenas agradable, refrescada por la brisa que venía de los cañaverales. Pero un día nuestro pueblo vio desaparecer parte de sus encantos, cuando los planificadores lograron modificar sustancialmente sus contornos paisajistas en su afán urbanístico por construir edificios.
Son tantos los repentinos cambios que trajo la modernidad a la Guarenas de ayer, que hasta a mi viejo campanario llegó haciéndolo desaparecer, dando inicio así a otra época.
En la fotografía, una panorámica de Guarenas en la década de 1910. Al centro la Iglesia La Candelaria y su plaza. Se observan las calles Urdaneta, Andrés Bello y Bermúdez. Al fondo en la montaña se ve la calle 5 de julio en el «Cerro Colorado». Del lado derecho, se observa la bajada Carabobo (calle Comercio), así como la bajada de Los Almendrones (calle Régulo Fránquiz)
Desde este espacio felicitamos a todos los guareneros y a todos los que hacen vida en Guarenas, por celebrarse hoy los 399 años de su fundación.
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Fundador y editor de Campanario Urbano. Docente y director jubilado. Investigador de la historia de Guarenas. Fue cronista de prensa regional y apasionado coleccionista de fotografías y documentos antiguos.