Las Adjuntas de Guarenas

Desde Las Adjuntas de Guarenas, levantábamos la mirada y contemplábamos sin ningún obstáculo las montañas que enmarcan al pueblo.

Era una Guarenas con aire impregnado de olor a diamelas, lirios, claveles, rosas y azucenas, pero sobre todo, de olor a melaza de las haciendas de trapiche. Otrora pueblo de torreones humeantes y extensos cañamelares, siempre rodeado por ríos y quebradas.

Esa Guarenas con un paisaje lleno de verdor que era sublimado por el sonido de los tordos, cristofué, conotos, azulejos, arrendajos y pico e’ plata, así como por el sonido de sus ríos, cuyas aguas al correr por acequias iban regando sus tablones de caña dulce.

Estos ríos invitaban al disfrute de sus cristalinas aguas y a la alegría desbordada. Por eso, la muchachada visitaba con frecuencia la ribera norte de Guarenas.

Al noroeste de Guarenas encontrábamos un lugar que era paso obligado para quienes iban hacia Curupao.

En este sitio, los guareneros veíamos como se juntaban los cauces de los ríos Caucagua y La Guarita, tal como eran conocidos.

Ese lugar de confluencia fue conocido como Las Adjuntas de Guarenas, un hermoso paraje que avivaba los sentidos de sus visitantes.

Si bien en décadas posteriores llegó a existir un pequeño puente de la Carretera Nacional justo antes de la confluencia de los ríos, no fue sino hasta 1977 que el modernismo ocultó a Las Adjuntas de Guarenas con la construcción de la Avenida Intercomunal.

Hay numerosas anécdotas ocurridas en Las Adjuntas de Guarenas; muchas han ido desapareciendo de la memoria colectiva. Una de ellas es la que narro a continuación.

Josefa “Mimina” García (1892-1973) disfrutaba sus paseos hacia Curupao y El Rincón, pero sobre todo, ella se divertía en las aguas del río La Guairita.

Junto a ella, jóvenes y niños la acompañaban en estas divertidas caminatas que terminaban con un sabroso chapuzón.

Mimina siempre organizaba estos paseos para ir en la semana, pues no le gustaba salir del pueblo durante los fines de semana.

Antes de salir del Pueblo Arriba, ella verificaba con su primo Pedro Abelardo García si el clima era el apropiado, quien le advertía si el cielo lejano amenazaba con un correntoso río.

Además, Pedro Abelardo siempre le recordaba que cruzara “por arriba”, es decir, por el cauce del río Caucagua, justo antes de Las Adjuntas de Guarenas que tendía a ser más profundo y revuelto.

Una tarde de 1955, maletines en mano, Mimina partió de la Plaza Bolívar junto a la muchachada rumbo al río La Guarita.

Al llegar a Las Adjuntas de Guarenas, vio que la corriente no estaba fuerte. Por ello, le dijo a los muchachos: “Crucen más arribita que yo cruzo por aquí”.

Resulta que estaba torrentoso y más profundo de lo que aparentaba ese día.

Mimina, voluntariosa a sus 63 años, cruzó por Las Adjuntas de Guarenas; no pudo mantenerse en pie y el río la arrastró.

Bien aferrada a sus maletines, Mimina flotó hasta que alcanzó la orilla unos 50 metros río abajo.

Empapada de pies a cabeza, Mimina se reencontró con el grupo de muchachos, exclamando entre risas que ella sabía que más adelante el río no era hondo y podría salir.

Con su ropa mojada se quedó hasta que el sol la secó, disfrutando de su amado río y no volviendo a cruzar jamás por Las Adjuntas de Guarenas.

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