Primera Comunión

Por Tomás González Patiño. Desarrollaba una de las actividades usuales de mi vida cuando, no sé por qué, me sorprendí a mí mismo entonando una vieja melodía que canté el día de mi Primera Comunión.

En aquella época, supongo sería en algún día domingo de la segunda mitad de los años cuarenta del siglo pasado, recibí por primera vez la sagrada hostia. Aquella maravillosa experiencia se realizaba una vez al año en la iglesia parroquial de Guarenas, la cual hoy fue elevada a la categoría de Catedral.

La realización de la Primera Comunión de los niños en aquellos tiempos, era un acto católico importante en nuestro pueblo.

Durante todo el año escolar, los niños recibíamos una hora semanal de instrucción religiosa, la cual era conocida como la hora del catecismo y era dirigida por la señorita Carmen Cabriles, mujer de extraordinarias condiciones morales y espirituales.

A la edad de unos nueve años aproximadamente, los niños eran considerados aptos para recibir la Sagrada Comunión. Durante unos tres días antes del destinado para realizar tal acto, recibían del sacerdote de la parroquia, quien en mi caso fue el reverendo padre Rafael Antonio García, un conjunto de charlas preparatorias y la confesión de los pecados. Este Sacerdote, por cierto, gozaba del aprecio de todos los feligreses, dado el celo que siempre mantuvo en el cumplimiento de sus obligaciones y su alto nivel moral y espiritual.

El Domingo señalado se reunían los primocomulgantes en la casa parroquial antes de la misa de las ocho de la mañana. De allí salían en perfecta formación hacia la iglesia, iban de dos en dos, en orden ascendente de estatura y vestidos con ropas de color blanco. Durante ese desfile entonaban, entre otros, un cántico de los que en parte recuerdo, cuya melodía quedó guardada en algún lugar de mi memoria. Dice así:

Marchar al combate cristiano
Seguir de Jesús el camino
El triunfo estará en nuestras manos
Cual premio inmortal y divino

Ya dentro del templo y durante el desarrollo de la Santa Misa, se acercaban, en el momento señalado al altar, en estricto orden y profundo respeto para recibir por primera vez, el cuerpo de Cristo. Este era uno de los actos centrales de aquel evento, que con mucho orgullo, era presenciado por familiares de aquellos muchachos.

Fotografías: Primera Comunión de las niñas del Colegio Parroquial Jesús María Marrero en la Iglesia de Nuestra Señora de Copacabana de Guarenas, década 1960.
Fotografías: Primera Comunión de las niñas del Colegio Parroquial Jesús María Marrero en la Iglesia de Nuestra Señora de Copacabana de Guarenas, década 1960.

Concluido el acto y en la misma forma se regresaba a la casa parroquial. Durante el trayecto, que era aproximadamente de una cuadra de largo, iban entonando otro de los cánticos, parte de cuya letra más o menos recuerdo:

Yo nada anhelo
Yo soy feliz
El Rey del Cielo
Ya mora en mí

Atendidos por varias jóvenes llamadas celadoras, les era servido un suculento desayuno que incluía pan, queso amarillo y bebida de chocolate caliente.

Después que los primocomulgantes terminaban de ingerir los alimentos, tocaba el turno a los niños que habían comulgado por primera vez el año anterior, quienes eran llamados perseverantes. Creo que yo participé como tal, en ese desayuno dos años consecutivos.

Bueno así terminaban los distintos actos que se llevaban a cabo con ocasión de celebrar la Primera Comunión de los niños en nuestro pueblo.

Ahora al realizar ese paseo por los recuerdos desearía tener la misma ingenuidad, frescura y pureza de aquellos lejanos tiempos, cuando nos acercamos por primera vez a recibir al Rey del Cielo.

Hoy, ya en el ocaso de la vida, no queda otra cosa que el arrepentimiento ante Dios y ante los hombres y pedir que seamos perdonados.

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