Hace algunos días, estuvimos reunidos en casa y conversando historias de la Guarenas de antaño. Sentados alrededor de la mesa y dispuestos a almorzar, tomé una tajada de aguacate guarenero y en lugar de quitarle la concha, preferí recoger su pulpa con una cuchara.
En ese momento me dije: “Que aguacate tan cremoso éste de la casa de mi mamá, de Guarenas tenía que ser”.
Definitivamente, es incomparable la suavidad del aguacate guarenero; su textura, olor y sabor son inconfundibles, bastando solo unos cristales de sal para convertirlo en el verdadero manjar de la mesa.
Su pulpa carnosa y ligeramente dulce parece derretirse en la boca, siendo el acompañante ideal en una gran variedad de platos guareneros.
Y es que no hay mejor sorpresa en la mesa que la de un aguacate servido. El despertar se vuelve mejor si el desayuno está acompañado de aguacate. El almuerzo será más reconfortante si el aguacate se hace presente en la mesa. Y después de un día de trabajo, no habrá cena más sublime que la que incluya al aguacate. ¡Y si es guarenero, mejor aún!
Esta fruta es tan internacional, que su fama es conocida con los más variados nombres: Aguacate, cura, ahuacatl, palta, pagua, pera de las Indias, persea americana, avocado y abacate.
Nuestra gastronomía nacional nos regala, entre muchos, dos preparados representativos que llevan al aguacate como el gran protagonista: La guasacaca y la arepa reina pepiada.
Y hasta como tratamiento de belleza el aguacate se luce.
Mientras continuaba el almuerzo y conversábamos, me fue inevitable tomar una segunda tajada de aquel enorme aguacate de cuello largo.
A medida que degustaba ese magnífico aguacate, me transporté a los tiempos de mi niñez en aquella apacible Guarenas, cubierta de un suelo fértil y excepcional para el crecimiento de los imponentes árboles de aguacate.
En las haciendas de trapiche de Guarenas, siempre encontrábamos numerosas matas de aguacate, así como en los patios de las casas.
Con cada bocado de aguacate, venían a mi mente aquellos amaneceres anunciados por el canto de los gallos que estaban en el corral de la casa.
Cada mañana nos recibía con una mezcla de olores, pues mi mamá mantenía con esmero sus yerbas de sauco, malojillo, tua tua, toronjil y orégano orejón; así como sus matas de riñón, mandarina, limón agrio, guanábana, tapara, mango de hilacha, cereza criolla, lechosa, ciruela de huesito, martinica y toronja.
Pero un árbol que hacía gala de su imponente presencia en nuestra casa era el de aguacate, situado frente a la cocina y justo en el centro del corredor.
En realidad, había dos matas de aguacate en la casa, pero mi mamá decía que una de esas matas era “macho”. Y ciertamente, ese árbol era más pequeño y sus aguacates siempre terminaban “pasmados”.
Hoy en día, la ciencia me dice que mi mamá estaba en lo cierto. Los estudios en botánica le dan sustento a esa experiencia que mi bisabuela Lorenza transmitió a su hija Julia, y ella a mi mamá Herminia. Resulta que, para una polinización efectiva, los árboles de aguacate tienen que sembrarse en pareja, uno cerca del otro, para que uno de ellos brinde los mejores frutos.
Seguía yo comiendo aguacate mientras rememoraba aquellos días en los que mis hermanos y yo nos turnábamos, vara en mano y con un saco en su punta, para ir bajando los aguacates de aquel elevado ramaje; siempre guiados por mi mamá, quien tenía el tino para señalarnos el aguacate maduro.
En algunas ocasiones, mi mamá destinaba nuestros aguacates al trueque, pero en la mayoría de las veces terminaban siendo un regalo para nuestros familiares y amistades.
Durante la primera mitad del siglo XX, fue tal la fama del aguacate guarenero, que en los pueblos vecinos ofrecían su fruta local diciendo una mentirota: “Lleve su aguacate guarenero”.
Muchos de esos pueblerinos compraron y comieron aquellos aguacates bajo el engaño de ese pregón publicitario. Pero hubo alguien que no, alguien que sabía perfectamente lo que era comer un aguacate guarenero, nuestro insigne músico Benito Canónico.
Es así como hasta el aguacate guarenero tiene una hermosa historia para contar.
Narraba Don Benito Canónico que, junto a su esposa Doña Luisa Amelia Aponte, estaban de visita en la ciudad de La Victoria, Estado Aragua, por allá en los años 30.
Mientras estaban en la plaza y contemplaban el Monumento Escultórico Batalla de La Victoria, escucharon a un frutero ofreciendo aguacates guareneros.
Emocionado, Don Benito compró uno de estos aguacates para acompañar la cena de ese día. De vuelta a la posada y tras probar el aguacate, exclamó de inmediato: “Este aguacate es cualquier cosa menos guarenero, no sabe a mantequilla”.
Don Benito Canónico, quien supo plasmar a Guarenas en letra y música, nos deleitaría al poco tiempo con su pasaje “El Aguacate Guarenero”, otro de los temas que le ha brindado universalidad a Guarenas.
Así de bueno es el aguacate guarenero!
*** El Aguacate Guarenero, letra y música de Benito Canónico ***
♫♫♫ El aguacate que se cosecha en Guarenas
ay no, no, no, no tiene comparación
porque su fama no es local sino mundial
y su sabor tiene un gusto singular (bis)
Que no lo diga yo porque soy un guarenero
sino la gente que puebla el mundo entero
porque sabe a mantequilla y alimenta con esmero
esa es la propiedad del aguacate guarenero (bis)
Taqui qui taqui lo vamos a zapatear
y el aguacate lo vamos a saborear (bis)
Este pasaje tiene el nombre de aguacate guarenero
y el que lo baila sabe muy bien que ese es su nombre verdadero (bis)
Toca toca toca el arpa que la quiero oír sonar
con este pasaje alegre también puedes zapatear (bis) ♫♫♫
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Fundador y editor de Campanario Urbano. Docente y director jubilado. Investigador de la historia de Guarenas. Fue cronista de prensa regional y apasionado coleccionista de fotografías y documentos antiguos.