Durante el primer tercio del siglo XX, Guarenas fue un pueblo apacible, en donde la vida transcurría lentamente. Quizás los pueblerinos sin notarlo, acompasaban su trajinar diario al ritmo de las norias de trapiche. Esa Guarenas estuvo bajo la sombra.
En esas primeras décadas del siglo XX, los guareneros alzaban la mirada desde La Llanada para contemplar al Pueblo Arriba, tomando aire fresco y determinación para iniciar su caminata de ascenso, ya que la cuesta era bien empinada.
Aún en La Llanada y mientras avanzaban por la calle Real, los moradores observaban los almendrones que bordeaban el lateral norte de la majestuosa bajada que los separaba del Pueblo Arriba, así como los álamos que se encontraban en el pronunciado collado del lateral sur.
En una mañana calurosa y de cielo despejado, las hermanas Álvarez Pino: Isabel María de 25 años y Rosa Amelia de 14 años, caminaban desde La Llanada hacia el Pueblo Arriba de Guarenas. Era el 3 de febrero de 1916. Durante su recorrido, detenían el paso para tomar aire, mientras disfrutaban del paisaje que la altura les proporcionaba.
En su lento caminar, sintieron que la vista se les opacaba, por lo que se miraron extrañadas. Lentamente, el cielo azul comenzó a oscurecerse sin explicación alguna, cosa que les causó confusión y temor, deteniendo totalmente el paso y mirando a su alrededor. De pronto, parecía estar cayendo la tarde y una extraña serenidad se apoderaba del ambiente.
Cuando el resplandor del Sol disminuyó lo suficiente y pudieron mirarlo, se percataron que estaba desapareciendo. Eso las espantó aún más, por lo que comenzaron a gritar, apurando el paso para llegar lo más rápido posible a su casa ubicada en la calle Bolívar del Pueblo Arriba.
Al llegar a su casa, Isabel y Rosa abrazaron a sus progenitores, Daniel y Epifania, manteniéndose dentro de la casa junto a sus hermanos Leopoldo, Luisa, Carmen, María, Luis y Néstor, mientras la oscuridad se hacía cada vez mayor.
Muchos guareneros, al percatarse de este crepúsculo inexplicable, comenzaron a rezar. Incluso, las gallinas volvieron al gallinero mientras se escuchaba el ladrido de los perros.
Sin saberlo, ellos estaban siendo testigos de un eclipse solar en Venezuela, el cual alcanzó su totalidad a las 11:30 de la mañana. Durante casi tres minutos, Guarenas se mantuvo bajo la sombra.
En los días posteriores, las noticias de este fenómeno astronómico llegaron a Guarenas, explicando que la Luna había ocultado al Sol. Esto mantuvo a los guareneros mirando al Sol durante varias semanas, preguntándose si volvería a oscurecerse el cielo.
Este relato nos deja ver la apacibilidad e ingenuidad de aquella Guarenas bucólica, un pueblo relativamente apartado, donde el amor de sus habitantes florecía al compás de la naturaleza.
El eclipse de 1916 fue un acontecimiento que transformó sus vidas, llenándolas al principio de miedo y asombro. Sumidos en esa penumbra, los guareneros se fundieron en un abrazo, se unieron, al igual que lo hicieron el Sol y la Luna.
Guarenas permaneció bajo la sombra, pero solo por un instante. Eso fortaleció el espíritu del guarenero, los cohesionó, los solidarizó, permitiéndoles comprender la realidad que los rodeaba, impulsándolos a superar sus miedos y a progresar en el desarrollo de su comunidad.
El 14 de octubre de 2023, tendremos la oportunidad de admirar un nuevo eclipse solar, un fenómeno que nos invita a estar unidos y a tomar conciencia de nuestra realidad. Al igual que en 1916, Guarenas estará bajo la sombra por poco tiempo.
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Fundador y editor de Campanario Urbano. Docente y director jubilado. Investigador de la historia de Guarenas. Fue cronista de prensa regional y apasionado coleccionista de fotografías y documentos antiguos.